El Medievo

A lo largo de la Edad Media Álava fue surgiendo como referencia documental, muestra de que se iba formando lentamente como realidad política. Los primeros condes se relacionaban con los reinos limítrofes y la Cofradía acabó uniéndoles en defensa de sus intereses. La aparición de potentes villas disputó su poder tradicional. Luego, la profunda crisis del siglo XIV acabó con la Cofradía, dio paso a las violencias señoriales y a su respuesta en forma de hermandades populares defensivas. De la continuidad histórica de la agrupación general de estas procede el germen de la Provincia de Álava.

La llegada de los árabes a la península alcanzó a las tierras de Álava, afectadas por continuas incursiones más que por un control del espacio por su parte. Estas atraían a su vez a otros reinos vecinos, como los astures, interesados en tener la zona bajo su órbita.

En 1025, una lista de más de trescientos lugares (la llamada “reja de San Millán”) identifica esa “Álava nuclear”. Fuera quedaban aún las comarcas de la Rioja, Ayala, Valdegovía o la Montaña. De antes, de finales del siglo IX, se conoce la existencia de condes de Álava, expresión de un poder político permanente en la zona que se relacionaba con reinos cristianos de mayor entidad (astur-leonés, castellano o navarro). A comienzos del siglo XI aquella Álava (y todos los territorios vascos) formaba parte de ese reino pamplonés, pero pronto pasó a la órbita castellana, con Alfonso VI. Un camino que se invirtió un siglo después, cuando Sancho VI el Sabio fortaleció el costado occidental de su reino navarro. Al final, al comenzar el XIII, Alfonso VIII tomó la plaza de Vitoria y estableció el control castellano sobre casi toda Álava.

A mediados del siglo XIII operaba ya la Cofradía de Álava o de Arriaga, que agrupaba a los señores vinculados al monarca castellano (los Mendoza, Piérola, Vela, Guevara…). Los cofrades defendían así sus intereses ante la emergencia de poderes urbanos como Vitoria, con fuero de población otorgado por Sancho VI de Navarra en 1181, y otras localidades como Salinas de Añana, Laguardia, La Puebla de Arganzón, Peñacerrada o Salvatierra.

Se trataba de señores en el sentido más plenamente feudal, con campesinos dependientes, sometidos a sus tributos y anclados a sus propiedades, representantes del rey en sus tierras, que ejercían en su nombre los cargos y que pasaban como patrimonio heredado a sus hijos. En las zonas menos estructuradas, como el poniente, abundaban los campesinos libres.

En ese tiempo de emergencia de las villas destacaron sobre todo Salvatierra, Laguardia y Vitoria, en el este, sur y centro del territorio, respectivamente. Vitoria, formando parte de la Hermandad de villas de la marina de Castilla (1296), se convirtió en una importante plaza comercial del Cantábrico oriental, conectando sus costas con el interior de la península. A la vez se desarrolló toda una actividad artesanal, al punto de que sus calles tomaron nombres gremiales. También contó con una importante judería.

Las villas proporcionaron un espacio de libertad y autonomía a muchos campesinos, que acudían a ellas escapando del control señorial. Los monarcas les dotaron de fueros locales, favoreciendo así el asentamiento de una población y el control político y militar del territorio. Las ciudades y los nuevos poderes que las conducían empezaron a imponerse a los cofrades de Arriaga. A la vez, algunos linajes se conectaban con la corona participando de sus empleos de más rango.

 

 

Entre el túnel de San Adrián, en la muga con Gipuzkoa, y el Ebro, al llegar a Castilla, el camino jacobeo atraviesa el territorio central de la provincia siguiendo el recorrido de la antigua vía romana.

En los siglos XII y XIII se asienta este Camino del Interior, a salvo de las amenazas por el norte (normandos) y por el sur (árabes). Luego, la pacificación del espacio permitió el desarrollo del Camino Francés, por Navarra y Rioja, y el de la Costa.

Desde el principio, la ruta fue muchas cosas a la vez. Además de camino espiritual desde comienzos del anterior milenio, fue una vía económica que unía todo el norte peninsular con mercados y circulación de gentes, productos e ideas. En torno suyo se fueron asentando aquí importantes localidades, como Salvatierra, Vitoria, La Puebla de Arganzón o Armiñón.

No estaban lejos viejas poblaciones habitadas desde los romanos y antes, como Iruña-Veleia o Arcaya. Tampoco lugares de atractivo religioso tradicional, como las joyas románicas que son el santuario de Estíbaliz o la basílica de Armentia, aquella “primera catedral” de la diócesis alavesa, o las sorprendentes pinturas de las iglesias de Gaceo y Alaiza. Finalmente, el itinerario es un repertorio completo del paisaje alavés, con sus bosques de montaña, las extensiones de secano de La Llanada, las fértiles huertas junto a los ríos o los cambiantes panoramas rurales.

Entre los siglos XII al XVII el Camino de Santiago mantuvo su actividad a su paso por la provincia. En los últimos decenios ha recobrado su brío acogiendo a nuevos peregrinos, cargados de tradicionales y modernas motivaciones.

A comienzos del siglo XIV, el gran desarrollo económico vivido en la centuria anterior desembocó en una profunda crisis, con violencias y conflictos sociales, lo que llevaría a la creación de hermandades defensivas en muchas comarcas. En ese contexto se produjo la disolución de la Cofradía de Arriaga, en 1332 –también conocida como Voluntaria Entrega–, por la que los señores cofrades se pusieron a la orden del monarca castellano para obtener así algunas ventajas: no pagar impuestos, poder perseguir a los campesinos que huían de sus tierras a las villas, y controlar recursos como el bosque, el monte y las ferrerías.

Toda la provincia –menos Vitoria y la Rioja, todavía navarra- se convirtió en territorio de dominio señorial, con grave quebranto para los campesinos. Estos vieron crecer los impuestos y resucitar prestaciones. Incluso la propia merma de recursos disponibles llevó a la lucha entre los señores: se enfrentaron Ayalas y Avendaños o Mendozas y Guevaras. En la ciudad lo hicieron los bandos de Ayala y de la Calleja, porque algunos de esos nobles rurales se instalaban en Vitoria y otras villas tratando de participar de las rentas que generaban estas mediante el control de sus negocios o del gobierno local.

El siglo XV conoció la recuperación, que siguió en el posterior. La población creció de manera notable, apoyada en el incremento de la producción agrícola, que luego tiró de los otros sectores, la artesanía y el comercio, incluso el de escala regional. Ello fue ocasión para que los menestrales, rurales y urbanos, e incluso pequeños hidalgos, recuperaran las posiciones perdidas constituyendo en 1463 la Hermandad General de la provincia, con apoyo del monarca.

Así, “en aumento de la justicia y contra malhechores”, lograron desasirse de dependencias ajenas al derecho, y de prestaciones y cargas abusivas o exageradas, aunque los señores retuvieran ventajas para impartir justicia o para manejar los órganos de gobierno concejil (como había pasado desde 1332) e incluso de la propia Hermandad General.

Al terminar la Edad Media, Álava ya existía políticamente, tenía una ciudad principal (Vitoria), una economía agropecuaria sostenida por campesinos libres y una reducida alta nobleza que cada vez más se dirigía hacia los honores cortesanos o a los señoríos meridionales.