La Diputación Foral
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Diputación Foral
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La Diputación Foral
Con la Hermandad General de 1463 nace institucionalmente Álava. Surgida como una alianza de menestrales urbanos y rurales, incluidos pequeños hidalgos y las élites vitorianas, en contra de las violencias señoriales, encontró el apoyo del monarca.
“En aumento de la justicia, contra malhechores”, la Hermandad –con antecedentes ya desde 1417- se dotó de un Cuaderno de Ordenanzas que se mantuvo en el tiempo, con variaciones, durante los siguientes cuatro siglos. En última instancia, durante el XVIII, se pasó de hablar de ordenanzas a hacerlo de fueros, con lo que la posición provincial se vio aún más fortalecida.
A la vez surgieron sus dos órganos institucionales: las Juntas Generales y la Diputación. Las Juntas Generales reunían en dos asambleas anuales a los procuradores de cada hermandad comarcal. La Diputación era el órgano encargado de desarrollar sus acuerdos, compuesto de cuatro diputados (procuradores) y dos comisarios elegidos por las Juntas. Un diputado general presidía tanto las reuniones de Juntas Generales como la Junta Particular (o Diputación). Era el representante del rey en la provincia –en Álava no existió la figura del corregidor- y la autoridad suprema de esta en tanto que jefe civil, político y militar. Era “Maestre de Campo, comisario y diputado general con universal jurisdicción en los casos especificados en el cuaderno de leyes”. El primero fue Lope López de Ayala y luego Diego Martínez de Álava, ambos de nombramiento real; desde la concordia de 1534 lo nombraba la provincia de entre los procuradores vitorianos.
Las cuestiones de orden defensivo (“casos de hermandad”) que habían dado lugar a estas instituciones fueron ampliándose a otras hasta afectar al conjunto de temáticas públicas (servicios e impuestos para sostenerlos, y cargos políticos para gestionarlos). En todo caso, y a pesar del origen popular de la Hermandad, los hidalgos enseguida se hicieron con el control de los oficios y de su sistema de elección, y se eximieron de las futuras cargas fiscales. En su extremo, la oligarquía vitoriana, con respaldo del rey, monopolizó el puesto de diputado general hasta 1804 –y de manera efectiva hasta cuarenta años después, cuando Francisco Urquijo de Irabien, vecino de Menagaray, llegó al cargo-, controlaba uno de los dos comisarios y celebraba en la ciudad una de las dos juntas anuales.
Del mismo modo, expresión de la centralización de poderes vivida en el siglo XVIII, la Diputación y el diputado general fueron ganando peso e importancia en detrimento de las Juntas. Una tendencia que se incrementó en la siguiente centuria, cuando los ayuntamientos quedaron subordinados a las diputaciones, a la vez que estas se convertían aquí en el Estado, cuando este extendía su jurisdicción y atribuciones a lo más cercano a los ciudadanos. Fueron años contradictorios, estos del ecuador del XIX, en que la vieja foralidad se veía amenazada mientras emergía una potencialidad para la Diputación Foral nunca vista antes. Dotada de hacienda propia y de amplios espacios de intervención, ni siquiera la abolición foral de 1876 redujo en la práctica esas capacidades institucionales. La Diputación Foral siguió siendo la institución fundamental de la provincia. Y así hasta hoy.