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Los primeros pobladores
Las primeras referencias de pobladores en las actuales tierras de Álava no exceden de 200.000 años de antigüedad. Su rastro se detecta en sencillos y toscos utensilios de piedra hallados en las terrazas de los ríos.
A medida que avanzamos en el Paleolítico los restos son más consistentes. Aquellos neanderthales y cromagnones utilizaron diversos “talleres” de extracción y trabajo del sílex en puntos del territorio (Murba y Arrillor, Egino, Urbasa, Altzania y Vírgala).
Una vez atemperados los rigores de la glaciación Würm, el asentamiento de grupos en Álava se estabilizó, procediendo además a su progresiva sedentarización en abrigos y a proporcionar unos restos expresivos de una vida social más compleja.
El Neolítico confirmó esas tendencias, de manera que la actividad agropecuaria dio paso a ocupaciones al aire libre, en cabañas de planta circular. Signo de los tiempos, aparecen ajuares y monumentos funerarios, como los dólmenes en áreas montañosas (Entzia, Badaya) o en el llano (Rioja Alavesa). Cerámicas, armas y adornos, e incluso primeros trazos de pintura en las paredes, evidencian el desarrollo de aquellos grupos.
La Edad de los Metales conoció los procesos de aculturación y contacto con otras poblaciones. Las influencias indoeuropeas afectaron a la ocupación del espacio, mediante asentamientos en “castros” (Peñas de Oro, Lastra), así como al desarrollo de la cerámica e incluso del textil y luego del hierro. La incineración de cadáveres se impuso, aunque persistió la tradición megalítica (“crómlech”) en algunas comarcas (Entzia). También aparecen menhires en esas zonas. Los grabados y dibujos rupestres se extendieron por el territorio.
Finalmente, la otra corriente cultural en este espacio, la celtiberización, se hizo notar al final de la época prehistórica, procedente del valle del Ebro y la Meseta. Ello se aprecia en el levantamiento de una protección perimetral en torno a poblados (oppida) con retícula urbana y viviendas de mejor planta (Lastra, La Hoya, Cividad). La especialización cerealística impulsó una mayor actividad comercial.
Las tierras de Álava que se encontraron los romanos manifestaban así una mayor sofisticación cultural, producto sin duda de su paralelo desarrollo productivo.